Rosas y Encajes - Capitulo II: El Premio


Hola chicas! Aquí les presento el segundo capitulo de Rosas y encajes. 
Que lo disfruten, y como siempre, espero sus comentarios.

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Desperté a las 6 a.m., fui a mis clases de pilates, regresé a casa, desayuné, tomé una ducha, me vestí y tomé el subterráneo hasta la estación Shepherd´s Bush, compré el diario, compré un café y caminé hasta mi tienda.
Cuando llegué, ya Nathalie había abierto la tienda y estaba chequeando que toda la mercancía estuviese en orden en los mesones y en los percheros. Tomaba notas o verificaba en su agenda que todo estuviese al día como un general. Su cabello castaño de pocos centímetros de largo la hacía ver más femenina que cualquier mujer con una melena. Pero no menos estricta que un oficial de la armada real.
La saludé y pasé directo a la oficina a continuar con mi ritual. Esas primeras horas de la mañana me daba un tiempo para organizarme antes de que llegara el “huracán Claudia”. Desde el primer día que abrimos la tienda habíamos acordado nuestro horario. Yo, como siempre me despertaba temprano tendría el turno de la mañana y Claudia llegaba mas cerca del mediodía.
Le di un sorbo a mi café, bendije la cafetería italiana que había encontrado desde hacía casi un año en el centro comercial y me dispuse a leer el diario antes de afinar los últimos detalles del desfile de la señora Johnson al otro día.
Economía, política, cultura, una ojeada a los deportes y espectáculos.
Casi escupí el café sobre los papeles de mi escritorio.
En la pagina central de la sección de espectáculos estaba una gran nota de prensa:

Pasa una noche con Thomas Hamilton

Y ahí estaba su fotografía con sus ojos azul grisáceos gigantes, esa espléndida sonrisa de niño travieso y su cabello rojizo alborotado con un crespo rebelde cayendo en su frente. El cuadro cerrado de la foto mostraba que vestía una chaqueta negra y una camisa blanca, listo para ser mío. Parecía que me invitara a pasar esa noche con él. Claro, también invitaba a las 3 millones de lectoras del diario.
Suspiré.
La promoción no era ni una película ni un DVD, era un concurso para una cena con el mismísimo Thomas Hamilton, en uno de los más famosos restaurantes de la ciudad, además de una estadía por un fin de semana en el Whaldorf-Astoria –sin el Sr- Hamiltom, desafortunadamente–. Todo un fin de semana de ensueño.
Apenas leí las bases del concurso, mis piernas comenzaron a temblar, mi corazón se aceleró como si el Sr. Hamilton en carne y huesos me estuviese invitando. Por un momento las letras del diario se movieron y pensé que estaba perdiendo la visión con la emoción, pero eran mis manos que temblaban en sincronía con mis piernas.
Bajé el periódico y tomé aire. Un largo y lento respiro me hicieron –en lo posible– recuperar el control de mis extremidades.
Continué leyendo, las bases eran fáciles, tan fáciles que me deprimí. Cualquiera podía hacerlo. Iba a tener demasiada competencia.
Había que escribir una carta dirigida al Sr. Hamilton explicando por que la autora de la carta merecía salir con él. Todo lo demás solicitaba que la carta estuviese dentro de las normas del decoro, la moral y el respeto ya que el mismo Sr. Hamilton leería la carta final luego de que su equipo hiciera la preselección de 10 cartas finalistas. También solicitaban a las autoras de las cartas colocar sus datos completos para ser ubicadas en caso de quedar finalistas y/o ganadoras. El concurso no tenía limite de edad, peso, religión o raza, solo tenías que ser fan de Thomas Hamilton y escribir muy, muy bien.
Cuando me di cuenta estaba hiperventilando otra vez. El diario se movía por mis manos temblorosas. Yo puedo escribir. Yo podría ganar. 
Caí en la realidad y miré el teléfono. ¿Por qué Claudia no me había llamado pegando gritos? ¿Se habría desmayado?
Esperaría a que me llamara o a que llegara para discutirlo. Sí, yo podía concursar, yo podía ganar.
Una cita con Thomas Hamilton. Mi día se hizo brillante. Reí. Una cita con el Sr. Hamilton.
Leí el plazo de entrega de la carta. Dos semanas.
¡¿Qué?! ¿Dos semanas?
¿Tenía dos semanas para escribir una carta lo suficientemente creativa para pasar por el filtro de su equipo y lo suficientemente dócil para que el actor se interesara en salir conmigo.
¡Dios! No lo iba a poder hacer. ¿Cuántas mujeres no le escribirían? ¿Cuántas mujeres con mejores capacidades para la escritura concursarían? No iba a tener la más mínima oportunidad. Al fin y al cabo yo era una comerciante, mi habilidad era vender. Hablar para vender.
Suspiré derrotada.
Entre tantas cosas que sucedían en mi vida, la tienda, los compromisos económicos, mi mamá… la soledad, esa cena sería un maravilloso regalo en mi vida.
Sacudí mi cabeza. Tenía dos opciones o trabajar duro para que esa carta fuese lo mejor que hubiese escrito en mi vida o entregarme a la derrota y ver dentro de 15 días la noticia de la afortunada que cenó con Thomas Hamilton.
Miré la pantalla de mi computadora.
—¿Sabe qué Sr. Hamilton? Dentro de quince días conocerá a la mujer más perseverante que haya conocido jamás y ¿quién sabe? Hasta le puedo apostar que se enamora.
Reí.
Miré el teléfono otra vez. ¿Por qué Claudia no me llamaba histérica? Quizá ya estaba concentrada escribiendo la carta.
Minimicé la ventana para esperar que llegara y así organizar nuestro plan de ataque o mejor dicho, plan de enamoramiento al grupo de lectores de cartas del actor.
Regresé a la realidad para finiquitar los últimos arreglos del desfile.
Nathalie iría en la tarde a la casa de la señora Johnson en Nothinn Hill para chequear que el montaje de la pasarela, sillas y escenario fuesen de acuerdo a lo pautado. Claudia se reuniría con las modelos y yo me haría cargo de las piezas y accesorios del desfile. Desde la ropa interior hasta el maquillaje y calzado.
Por fortuna la señora Johnson era una cliente con la que ya habíamos trabajado muchas veces y todo siempre fluía a la perfección.
Esta vez la señora Madeleine estaba en la etapa de encender la llama de la pasión perdida con su esposo y al parecer varias de sus amigas también, con sus esposos, amantes, novios o simplemente cualquier hombre que se les atravesara en una noche de copas.
Chequeé el inventario, Claudia y yo habíamos decidido hacer el desfile con una estructura, empezando con las piezas más clásicas hasta llegar a las más atrevidas.
La colección sado-masoquista como la había bautizado Nathalie se vendía como pan caliente en solo dos semanas de exhibición. Al parecer las mujeres buscaban un toque más picante en su guardarropa íntimo y ahí estaba Rosas y Encaje para satisfacer esos gustos, aunque Nathalie se sonrojara cada vez que tuviese que mostrar las piezas.
Era casi mediodía y Claudia no me había llamado con su respectivo ataque de nervios. Me empezaba a preocupar, pero no la llamé. Habíamos quedado en almorzar para arreglar los últimos detalles del desfile y ahí hablaríamos como unas fans enamoradas del concurso de nuestro ídolo.

Esperaba en una de las mesas del restaurante, me tomaba un jugo de frutas mientras esperaba a mi socia. Llevaba el diario en la mano y lo había doblado en la pagina que me interesaba, ahí el señor Hamilton descansaba sobre la mesa a mi lado como si estuviésemos practicando para lo que sería nuestra cena formal.
20 minutos después –algo normal en ella– aparecía mi socia. Delgada y estilizada, su cabello lacio rubio bamboleándose al ritmo de su caminar sus ojos verdes como dos esmeraldas buscándome. Claudia era mi antítesis, era lo contrario a lo que yo era, mi cabello era color café al igual que mis ojos, y de estilizada no tenía mucho, aunque me mantenía en mi peso –lo que era una lucha constante– mi cuerpo tenía curvas y lo único que compartía con mi socia eran las piernas largas por las que daba todos los días gracias al cielo. Ella parecía una modelo, yo una mujer normal tratando de no pasarse de kilos.
Yo era uno o dos centímetros más alta que Claudia pero ella era la de la elegancia, yo en cambio era más práctica, sin muchas poses y después de una batalla casi campal, di mi brazo a torcer con respecto a llevar tacones altos, “por el bien de la tienda” “es su imagen la que estamos vendiendo Anna, no podemos andar por ahí en flip-flops o converse” –según me había dicho Claudia– y tenía rezón, un año después ya me había acostumbrado a llevar tacones, mas, nunca olvidaba la comodidad de mis flip-flops y de vez en cuando, cuando no iba a la tienda, me iba al supermercado en mis zapatos cómodos.
Era mi secreto y Claudia me mataba si se enteraba que una de las dueñas de la prestigiosa tienda Rosas y Encaje andaba por ahí en deportivos o flip-flops.
Cuando Claudia al fin me encontró me hizo un gesto con la mano, yo le devolví el gesto. Un hombre se apartó para darle pasó –eso siempre pasaba con ella–, ella le sonrió y caminó hacia mí con una gran sonrisa en sus labios.
Un momento. Esa no era una sonrisa de saber lo del concurso. Si mi amiga hubiese sabido, llega con cara de desesperación, con el cabello alborotado y llevándose a todos por el medio. Thomas Hamilton era la única persona en la faz de la tierra capaz de hacerle perder el glamour a mi amiga.
Claudia no sabía nada y yo iba a ser la persona que le daría la noticia del concurso. Esto será duro.
Tomé aliento y decidí decirle después de comer porque sino no me dejaría hacerlo. Tomé disimuladamente el periódico y lo puse en mi regazo. Ese iba a ser un espectáculo bastante entretenido.
Luego de un salmón y una ensalada de rúgula con un aderezo de manzana tan deliciosos que me dejaron más que llena, satisfecha. Claudia me comentó que Sebastian estaba en la ciudad. Luego de haber cuadrado todo a la perfección para el desfile del otro día en casa de la Sra. Johnson, pedimos un café y ahí decidí “hacerle el comentario”.
—Clau —hice una pausa para tomar un sorbo de mi café— ¿Has leído el diario hoy?
Ella ladeó su cabeza —Honestamente no, no he tenido tiempo, además sabes que no soy gran fanática de los diarios. Quizá cuando llegue a la oficina los leo vía web ¿Por qué?
Tomé otro sorbo de café, esta vez mi pausa fue adrede para darle más dramatismo al momento. Sabía que Claudia perdía los estribos cuando yo hacía eso.
Ella levantó sus cejas —¿Entonces? ¿Te vas a tardar toda una vida respondiéndome?
Traté de disimular la risa —¿Así que no has visto las noticias de farándula?
Mi amiga abrió los ojos como platos —¡No! ¿Qué pasó? ¿Dijeron algo de mi —se aclaró la garganta— de nuestro Thomas?
Me encogí de hombros, restándole importancia y le mostré el diario en la página marcada —No, solo esto.
Hubo 5 segundos de silencio antes de que me amiga soltara un grito que hizo brincar a la mitad de los clientes del restaurant. Hasta hubo una señora que le escupió un langostino que se llevaba a la boca al señor que tenía al frente.
Tuve que pedir disculpas a los comensales vecinos por el ataque de histeria de mi amiga. Después de todo, darle la noticia en un sitio público no fue tan buena idea después de todo.
—¡¿Cuándo salió esto?! —pregunta obvia, tenía la fecha del día pero una fan no entiende eso— ¿Por qué no me dijiste antes? ¡Dios, hay que escribir ya! ¿15 días, solo 15 días? ¡Anna, dime algo! ¿Qué periódico es este?
Como siempre, esperé que tomara aire para yo hablar, solo que esta vez duró un poco de más tiempo.
—¿Me vas a dejar hablar para responderte?
—¡No!
La señora de al lado se volvió a asustar manchándose de vino la blusa.
Hice unos minutos de silencio mientras a mi amiga se le pasaba el ataque de violencia histérica. Se calmó.
—Lo leí esta mañana y no te dije nada porque pensé que ya sabías y estabas ocupada escribiendo la carta o querías esperar hasta el almuerzo. Cuando llegaste me di cuenta que no sabías nada.
—¿Cuándo en la vida yo he esperado para comentar una noticia de mi…nuestro Thomas?
—Es cierto, nunca. Y por eso te quise dar la noticia apenas te viera.
—Pero…
—Deja la discusión Clau y vamos a pensar que vamos a hacer, tenemos 14 días para escribir nuestras cartas y quién sabe si alguna de nosotras es la afortunada.
—Tiene que ser una carta genial Nanna —así me llamaba mi amiga en momentos de desesperación.
—Sí, tiene que ser genial —repetí y vi a mi amiga acariciando el pedazo de papel periódico donde se encontraba el rostro angelical del hombre al que amábamos.
—¿Por qué no salimos de lo de los desfiles esta semana y la próxima y nos dedicamos a las cartas? —pregunté tratando de negociar con mi amiga que ahora solo pensaba en lo que le iba a escribir al actor.
Ella hizo silencio y contó con los dedos luego abrió más sus ya grandes ojos —¡¿Qué?! —revisó su agenda— Anna, tenemos el desfile de la Sra. Johnson mañana y la próxima semana viernes y sábado tenemos a la señora Martínez y la señora Stewart, lo que nos deja solo siete días para escribir la carta y enviarla. No, no, no esos son muy pocos días. No pienso arriesgar ni un segundo de la cena con mi Thomas.
Era imposible convencer a Claudia de lo contrario. La necesitaba concentrada por el montón de trabajo que teníamos por delante, pero sabía que con la cuestión de la carta mi amiga iba a tener la cabeza en las nubes y yo no iba a poder sola con todo el trabajo.
Respiré profundo.
—Ok, vamos a hacer esto. Tú ve escribiendo el boceto de la carta, pero por favor después de mañana, y te tienes que comprometer a ayudarme en lo que te de tu cabeza con los otros dos desfiles. Yo me comprometo a ayudarte con la carta de ser necesario.
—¿Tú no vas a escribir tu carta? —me preguntó mi amiga espantada.
¿La escribiría? Mi cerebro romántico tenía palabras tan dulces hacia Thomas que estaría más que segura que elegirían mi carta, pero mi cerebro lógico me decía que por lo menos un millón de mujeres no solo pensaría sino que escribiría lo mismo que yo.
Suspiré. Tan alto que mi amiga me miró con simpatía pero a la vez con tristeza, ella sabía lo que pensaba.
Sacudí esos pensamientos de mi cabeza —No lo sé, ya lo veremos, por ahora hay mucho trabajo y una de nosotras tiene que tener los pies en la tierra mientras la otra vuela por el cielo con alitas de ángel —sonreí— ¿Quién sabe? A lo mejor si la escribo pero no ahora.
—Ok, mientras antes empezamos, antes terminamos —mi amiga dijo sus palabras mágicas que yo adoraba y pidió la cuenta.
*****
El actor reía  carcajadas imaginándose la ganadora del premio. Pintaba miles de escenarios desde una rubia esbelta con porte de modelo. ¡Nah! Eso sería muy fácil. Hasta una chica con sobre peso y acné, y no es que tuviera nada en contra de ese tipo de mujeres pero ¡vamos! Él era un actor, podía darse el gusto de salir con quien le diera la gana pero esta vez, gracias a su agente, tenía que dejárselo a la suerte, cosa que odiaba.
¿Por qué si puedo tener cualquier mujer que desee me tengo que aguantar esto? ¿Si quiso hacer publicidad no organizó una cena con alguna actriz, modelo o cantante?
Robert lo sacaba de sus casillas solo de pensar en él. Ese bastardo.
Caminó hacia el ventanal de la sala de su apartamento con vista a Hyde Park y suspiró. Miró el libreto que tenía en la mano.
Cálmate Thomas, esto no lo puedes controlar. Sé que por eso estás así, pero tu terapeuta te dijo que no puedes controlar todo y menos en esta profesión. Suspiró.
Mañana empezarían a recibir cartas. Miró al cielo y rezó porque se acabara la pesadilla de la cena.
Quizá el cielo escucharía sus plegarias.


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