Rosas y Encaje. Capitulo IV: LA CARTA


Llegué a casa con el cerebro a mil por hora. Mi semana había sido una locura, pero la crisis de Claudia había sido la guinda del pastel y apenas era miércoles.
Chequeé la hora. Tenía par de horas para escribir la carta y dejarla en el buzón de la esquina. Con suerte la pasarían buscando a media noche y para el día siguiente ya estaría en manos del equipo que la leería.
Me vino a la cabeza el beso de Sebastian, la fuerza y la pasión con que luchaba por algo cuando lo quería, igual que Claudia. Recordé a mi amiga frágil con lágrimas en los ojos. Sintiendo que no era digna de escribir la carta porque era “una más del montón”. Pues yo iba a demostrar que no lo era.
Me senté en el sofá, me serví otra copa de vino. Tomé una hoja y un bolígrafo..
Mis manos temblaban de la misma manera que cuando leí la noticia de la cena. Pero afirmé mi pulso y empecé a escribir

Querido. Apreciado Sr. Thomas Hamilton.
Me dirijo a usted en esta carta porque, mas que a tu su equipo de revisión, es a usted a quien deseo hacerla llegar.
Quiero ante todo disculparme por lo tarde de este mensaje, sé que es probable que llegue fuera del tiempo estimado para su recepción, pero la escribí incluso a destiempo porque hoy me sucedió algo que me dio las fuerzas para escribirla a sabiendas que sería tarde para hacerlo. Tú dirás Usted dirá ¿Qué será un episodio en la vida de una chica mujer común y corriente? Pero estos episodios son los que hacen la vida especial. No dudo que su equipo y usted la leerán y la aceptarán por ser una carta escrita desde el corazón.
Entiendo. Puedo entender la cantidad de cartas que recibirá de sus admiradoras, que deben ser miles millones. Y yo no estoy exenta de ser una de ellas.
Soy tu su admiradora desde sus primeros pasos en el teatro y su interpretación de Hamlet en el Whindham Theatre hace casi diez años, marcó mi vida.
Pero no le escribo para hablar de usted, porque usted sabe lo que ha hecho en su vida y estoy segura que todas sus fanáticas se encargarán de recordárselo en las miles millones de carta que seguro ha recibido.
Tampoco le escribo para hablar de mí, porque como te le dije anteriormente, mi vida es bastante común y sin grandes cosas que contar, solo marcada por esos eventos “especiales” como los de hoy.
Le escribo para hablar en nombre de mi mejor amiga Claudia Lace, estoy segura que ya recibió su carta. Yo solo quiero confirmar que ella es una de las mejores personas que puede elegir para cenar con usted.
No solo es una mujer hermosa. Una despampanante rubia con los ojos verdes más bellos que usted podrá ver en su vida, esbelta y llena de vida, pero también una de las mujeres más inteligentes, trabajadoras, sagaces y un as para los negocios como ninguna otra. Ella es mi socia y mi mejor amiga. Y no solo cree que está enamorada de usted, al contrario de todas nosotras de las demás admiradoras. Ella está segura que lo está.
Yo también estoy segura que lo estoy está.
Claudia no solo es hermosa e inteligente, es una de las personas más divertidas que puedas conocer. Si acepta cenar con ella, que es lo más seguro, es posible que no coma porque estará toda la velada riéndose. No malgastará ni un segundo. Y también le puedo apostar que luego inventarás cualquier excusa para extender la noche.
Le recomiendo que la lleve a bailar, es una excelente bailarina –yo le enseñé pero creo que me superó–.
No quiero extenderme porque sé que tienes muchas cartas que leer y estoy segura que habrá muchas cartas hermosas que considerará. Solo le pido que le dé una oportunidad a esta –o a la de mi amiga, en su defecto– no te vas no se va a arrepentir.
Me despido reafirmando mi admiración hacia a usted. Gracias a mi amiga, yo he llegado a conocerlo –no tan a fondo como ella– y luego de saber por las situaciones que usted a pasado en la vida solo tengo que reconocer que mi admiración hacia usted solo ha crecido.
Me pongo a su disposición para cualquier cosa que necesites. Estoy segura que tomará la decisión más acertada.
Un cálido abrazo saludo cordial
Anna Roses.
Gerente Rosas y Encaje Lingerie.
Centro comercial Westfield
Londres
Junio 2012.

Dejé mi carta en el buzón con la satisfacción que mi amiga tenía doble oportunidad de ganar. Quizá otro hombre sería el afortunado de enamorarse de una persona tan perseverante como yo. Esta vez mi apuesta iba por Claudia.
*****
—¡Estas mujeres son condenadamente buenas! —exclamó el actor cuando leyó última cara de las 15 finalistas.
Su cabello revuelto reflejaba su confusión. Al contrario de muchos hombre que pasaban su mano por el cabello para ordenarlo, Thomas lo echaba hacía adelante y sus suaves risos creaban un caos en su melena castaño-rojiza.
Se estiró en la silla, cruzó las piernas por los tobillos y tomó la primera carta para leerla por tercera vez.
Un leve toque en la puerta de su estudio lo sacó de concentración.
—Thomas.
—Robert, buenas tardes.
—¿Qué tal vas con las cartas?
—Hecho un nudo. Son malditamente buenas. Estoy indeciso entre una morena hija de inmigrantes italianos que ha vivido una vida dura pero ha salido adelante, tiene una hermosa gramática y dice algunas palabras en italiano, que me vuelven loco. Y una mujer hindú de mucho dinero que ofrece una cantidad obscena de dinero para que la elija.
Los dos soltaron sendas carcajadas.
—Como si te hiciera falta el dinero.
—Nunca esta demás una cifra de seis dígitos.
Robert soltó otra carcajada —Bueno, te traigo una que acaba de llegar hace media hora.
—¡¿Qué?! ¡¿Otra?! No, olvídalo Robert habíamos dicho primero diez cartas, ya vamos por quince, si seguimos así vamos a llegar a cincuenta, ya estoy confundido lo suficiente.
—Créeme Tom, lee esta carta.
—No voy a leer una carta de una chica malcriada que se siente especial y que envió su carta el último día. Yo conozco las de su tipo Rob, no la voy a leer.
—Thomas Hamilton, tienes que leer esta carta —los ojos grises del agente se encontraron con los del actor y este solo estiró la mano para recibir la carta. Despegó sus ojos de los de su agente para leer la carta.
Hubo dos minutos de silencio. Thomas miró a Robert otra vez mientras este asentía y sonreía. Thomas leyó otra vez la carta.
—Quiero la carta de Claudia Lace —dijo cuando terminó de leer la carta por segunda vez.
—Thomas sabes lo difícil…
—Quiero. La. Maldita. Carta. De. Claudia. Lace.
Robert le lanzó una mirada envenenada y pulsó un botón de su teléfono. Media hora después Thomas estaba leyendo la carta de la señorita Lace, luego tomó la carta de Anna Roses.
Miró a su agente y sonrió. Robert jamás había visto esa sonrisa a su amigo. Sus ojos brillaban como si hubiese visto la cosa más hermosa. Como si estuviese a punto de develar un secreto sublime que solo él conocía.
Thomas suspiró con “esa” sonrisa en los labios —Robert, tenemos una ganadora.

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