Rosas y Encaje. Capitulo IV: LA CARTA
Llegué a
casa con el cerebro a mil por hora. Mi semana había sido una locura, pero la
crisis de Claudia había sido la guinda del pastel y apenas era miércoles.
Chequeé
la hora. Tenía par de horas para escribir la carta y dejarla en el buzón de la
esquina. Con suerte la pasarían buscando a media noche y para el día siguiente
ya estaría en manos del equipo que la leería.
Me vino
a la cabeza el beso de Sebastian, la fuerza y la pasión con que luchaba por
algo cuando lo quería, igual que Claudia. Recordé a mi amiga frágil con
lágrimas en los ojos. Sintiendo que no era digna de escribir la carta porque
era “una más del montón”. Pues yo iba a demostrar que no lo era.
Me senté
en el sofá, me serví otra copa de vino. Tomé una hoja y un bolígrafo..
Mis
manos temblaban de la misma manera que cuando leí la noticia de la cena. Pero
afirmé mi pulso y empecé a escribir
Me dirijo a usted en esta carta porque, mas que a tu
su equipo de revisión, es a usted a quien deseo hacerla llegar.
Quiero ante todo disculparme por lo tarde de este
mensaje, sé que es probable que llegue fuera del tiempo estimado para su
recepción, pero la escribí incluso a destiempo porque hoy me sucedió algo que
me dio las fuerzas para escribirla a sabiendas que sería tarde para hacerlo. Tú
dirás Usted dirá ¿Qué será un episodio en la vida de una chica mujer
común y corriente? Pero estos episodios son los que hacen la vida especial. No
dudo que su equipo y usted la leerán y la aceptarán por ser una carta escrita desde
el corazón.
Soy tu su admiradora desde sus primeros
pasos en el teatro y su interpretación de Hamlet en el Whindham Theatre hace
casi diez años, marcó mi vida.
Pero no le escribo para hablar de usted, porque
usted sabe lo que ha hecho en su vida y estoy segura que todas sus fanáticas se
encargarán de recordárselo en las miles millones de carta que seguro ha
recibido.
Tampoco le escribo para hablar de mí, porque como te
le dije anteriormente, mi vida es bastante común y sin grandes cosas que
contar, solo marcada por esos eventos “especiales” como los de hoy.
Le escribo para hablar en nombre de mi mejor amiga
Claudia Lace, estoy segura que ya recibió su carta. Yo solo quiero confirmar
que ella es una de las mejores personas que puede elegir para cenar con usted.
No solo es una mujer hermosa. Una despampanante
rubia con los ojos verdes más bellos que usted podrá ver en su vida, esbelta y
llena de vida, pero también una de las mujeres más inteligentes, trabajadoras,
sagaces y un as para los negocios como ninguna otra. Ella es mi socia y mi
mejor amiga. Y no solo cree que está enamorada de usted, al contrario de todas
nosotras de las demás admiradoras. Ella está segura que lo está.
Yo también estoy segura que lo estoy está.
Claudia no solo es hermosa e inteligente, es una
de las personas más divertidas que puedas conocer. Si acepta cenar con
ella, que es lo más seguro, es posible que no coma porque estará toda la velada
riéndose. No malgastará ni un segundo. Y también le puedo apostar que luego
inventarás cualquier excusa para extender la noche.
Le recomiendo que la lleve a bailar, es una
excelente bailarina –yo le enseñé pero creo que me superó–.
No quiero extenderme porque sé que tienes
muchas cartas que leer y estoy segura que habrá muchas cartas hermosas que
considerará. Solo le pido que le dé una oportunidad a esta –o a la de mi amiga,
en su defecto– no te vas no se va a arrepentir.
Me despido reafirmando mi admiración hacia a
usted. Gracias a mi amiga, yo he llegado a conocerlo –no tan a fondo como
ella– y luego de saber por las situaciones que usted a pasado en la vida
solo tengo que reconocer que mi admiración hacia usted solo ha crecido.
Me pongo a su disposición para cualquier cosa que
necesites. Estoy segura que tomará la decisión más acertada.
Un cálido abrazo saludo cordial
Anna Roses.
Gerente Rosas y Encaje Lingerie.
Centro comercial Westfield
Londres
Junio 2012.
Dejé mi
carta en el buzón con la satisfacción que mi amiga tenía doble oportunidad de
ganar. Quizá otro hombre sería el afortunado de enamorarse de una persona tan
perseverante como yo. Esta vez mi apuesta iba por Claudia.
*****
—¡Estas
mujeres son condenadamente buenas! —exclamó el actor cuando leyó última cara de
las 15 finalistas.
Su
cabello revuelto reflejaba su confusión. Al contrario de muchos hombre que
pasaban su mano por el cabello para ordenarlo, Thomas lo echaba hacía adelante
y sus suaves risos creaban un caos en su melena castaño-rojiza.
Se
estiró en la silla, cruzó las piernas por los tobillos y tomó la primera carta
para leerla por tercera vez.
Un leve
toque en la puerta de su estudio lo sacó de concentración.
—Thomas.
—Robert,
buenas tardes.
—¿Qué
tal vas con las cartas?
—Hecho
un nudo. Son malditamente buenas. Estoy indeciso entre una morena hija de
inmigrantes italianos que ha vivido una vida dura pero ha salido adelante,
tiene una hermosa gramática y dice algunas palabras en italiano, que me vuelven
loco. Y una mujer hindú de mucho dinero que ofrece una cantidad obscena de
dinero para que la elija.
Los dos
soltaron sendas carcajadas.
—Como si
te hiciera falta el dinero.
—Nunca
esta demás una cifra de seis dígitos.
Robert
soltó otra carcajada —Bueno, te traigo una que acaba de llegar hace media hora.
—¡¿Qué?!
¡¿Otra?! No, olvídalo Robert habíamos dicho primero diez cartas, ya vamos por
quince, si seguimos así vamos a llegar a cincuenta, ya estoy confundido lo
suficiente.
—Créeme
Tom, lee esta carta.
—No voy
a leer una carta de una chica malcriada que se siente especial y que envió su
carta el último día. Yo conozco las de su tipo Rob, no la voy a leer.
—Thomas
Hamilton, tienes que leer esta carta —los ojos grises del agente se encontraron
con los del actor y este solo estiró la mano para recibir la carta. Despegó sus
ojos de los de su agente para leer la carta.
Hubo dos
minutos de silencio. Thomas miró a Robert otra vez mientras este asentía y
sonreía. Thomas leyó otra vez la carta.
—Quiero
la carta de Claudia Lace —dijo cuando terminó de leer la carta por segunda vez.
—Thomas
sabes lo difícil…
—Quiero.
La. Maldita. Carta. De. Claudia. Lace.
Robert
le lanzó una mirada envenenada y pulsó un botón de su teléfono. Media hora
después Thomas estaba leyendo la carta de la señorita Lace, luego tomó la carta
de Anna Roses.
Miró a
su agente y sonrió. Robert jamás había visto esa sonrisa a su amigo. Sus ojos
brillaban como si hubiese visto la cosa más hermosa. Como si estuviese a punto
de develar un secreto sublime que solo él conocía.
Thomas
suspiró con “esa” sonrisa en los labios —Robert, tenemos una ganadora.
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